lunes, 2 de junio de 2008

Capítulo N | Hegemonía

... que no es necesario - ni deseable - conquistar hegemonía para aplicar un proyecto político;

La esencia de la idea de hegemonía es la de que la sociedad que no tiene capacidad para autoconducirse.

La hegemonía, entendida tanto como mando de una fuerza, como infusión ideológica (o dirección intelectual o moral de una sociedad), no es compatible con democracia. La sociedad no necesita ser dominada por nadie o a “antojo” de una determinada ideología para que pueda regular su vida social, enfrentar sus problemas o desarrollar sus potencialidades. Así, no es necesario ganar hegemonía (sobre los otros) para implementar un proyecto político, la menos que ese proyecto no sea democrático. Para implementar un proyecto político democrático, por el contrario, es siempre necesario, en alguna medida, compartir hegemonía – lo que niega la propia idea de hegemonía.
La noción de hegemonía es el más perverso e insidioso ataque a la democracia que ya se venía ejerciendo desde su invención por parte de los griegos. Existen dos conceptos de hegemonía: el primero, tomado directamente de la guerra, significa la capacidad de comandar una fuerza que alcanza sus fines por el empleo de la violencia (como el comando de un ejército, por ejemplo y, de ahí, como comando de un partido que quiere tomar el poder por la fuerza); el segundo, deslizado del “arte de la guerra” a la política (constituyendo el sentido propio de la política ‘como continuación de la guerra por otros medios’), significa la capacidad (económica, política, moral e intelectual) de establecer un direccionamiento dominante en la forma de abordaje de las cuestiones en disputa en la sociedad.
Ambos sentidos del concepto de hegemonía son antidemocráticos por cuanto son causa de autocratización de la política, sea directamente, por el empleo de medios violentos, sea indirectamente, por la práctica de la política como “arte de la guerra” (o como continuación de la guerra por otros medios, supuestamente no-violentos). El primer sentido (literal y fuerte) es, generalmente, más identificado con la visión estratégica de Lenin (“guerra de movimiento”), mientras que el segundo (metafórico y débil) como la visión de Gramsci (“guerra de posición”). De cualquier forma, es guerrear (o sea, hacer política autocrática) y no de pacear (hacer la paz) (o sea, hacer política democrática) de lo que se trata aquí.
Además de eso, ambos sentidos del concepto de hegemonía están impregnados de la idea de que es necesario ideologizar la sociedad (en el sentido de colonizar conciencias) para promover la transformación social en el camino hacia una sociedad igualitaria, aunque conciban de modo distinto los procesos por los cuáles esto pueda (y deba) ocurrir.
Los demócratas no deberían perder tiempo con esos anacronismos ideológicos si no fuera por el hecho de que la idea perversa de hegemonía (en el sentido débil del concepto) no estuviera tan diseminada hoy en la casi totalidad de los gobiernos y partidos dichos “de izquierda”, de los movimientos sociales tradicionales (de carácter corporativo, sectorial, reivindicativo, reactivo) y, sobre todo, de las iniciativas contemporáneas de discutir la radicalización (o democratización) de la democracia (cómo las que proponen la introducción de nuevas formas de democracia directa y participativa). Hagamos, por lo tanto, un resumen esquemático de los dos sentidos del concepto.
Según la visión de Lenin (1902): 1) el movimiento obrero no es capaz, por sí mismo, de elaborar una ideología independiente; 2) ya que ni siquiera podemos hablar de una ideología independiente elaborada por las propias masas obreras en el decurso de su movimiento, sólo hay dos alternativas: la ideología burguesa o la ideología socialista (no hay término medio, porque la humanidad ha elaborado ninguna “tercera” ideología); 3) todo lo que sea alejarse de la ideología socialista significa fortalecer la ideología burguesa; 4) el movimiento espontáneo conduce precisamente a la supremacía de la ideología burguesa, pues la ideología burguesa es mucho más antigua por su origen que la ideología socialista, está más mejor elaborada, posee medios de difusión incomparablemente más numerosos, está más difundida y es la que se impone más espontáneamente a los obreros; 5) así, (como decía Kautski en 1901, en este particular suscripta por Lênin): la conciencia socialista es algo introducido de fuera en la lucha de clases del proletariado y no algo que surge espontáneamente en su seno; 6) consecuentemente, la tarea del partido es llevar al proletariado la conciencia de su situación y de su misión (1). Conclusión: así “concientizados” (en el sentido de ideologizados), los trabajadores liderarán las masas (compuestas por las otras clases subalternas, que tengan alguna contradicción con las clases dominantes, como los campesinos, las “clases” medias radicalizadas y otros sectores explotados y oprimidos del pueblo) para la toma del poder por todos los medios disponibles, legales e ilegales, pacíficos y violentos. Una vez instalados en el aparato de Estado, establecerán, entonces, su dictadura (la dictadura del proletariado), etapa necesaria de la transición socialista hacia una sociedad comunista.
Según la visión de Gramsci (1947): 1) entre las ideologías podemos distinguir aquellas que son ilusorias y aquellas que son orgánicas, que tienen capacidad de constituirse como elemento de cohesión y de unidad de una formación social, de formar el terreno en que los hombres se mueven y adquieren conciencia de su posición, luchan etc.; 2) las ideologías orgánicas que adquieren la solidez desde las creencias populares son “la forma” de las fuerzas materiales que impulsan la historia; 3) una ideología orgánica (socialista y revolucionaria) del proletariado no surge espontáneamente, no emerge directamente de la lucha económica del proletariado; y, si no surge espontáneamente, esa ideología tiene que ser “construida”, organizada; 4) sin embargo, los elementos ideológicos con los cuales se puede “organizar” esa ideología revolucionaria tampoco pueden ser inventados por los miembros de la intelectualidad (burguesa o revolucionaria); 5) tal “materia prima” de ideología revolucionaria no está, aún, siendo concebida por la ciencia: ella es el resultado ideológico, del lado del proletariado, de la lucha de clases; 6) así, las concepciones de mundo materialmente fundamentadas de la clase obrera no están ineludiblemente condenadas al corporativismo, pues los elementos ideológicos que emergen de las prácticas de lucha (aún las corporativas) del proletariado, son contradictorios, no “reflejan” solamente las relaciones de dominación-subordinación, sino también embriones de resistencia y de liberación; 7) esos elementos de contradominación que emergen de la experiencia práctica del proletariado y de su sentido común (como la “conciencia de clase”, por ejemplo) pueden ser transformados en una perspectiva socialista; 8) los agentes de esa “transformación” u organización de la ideología emergente del proletariado son los intelectuales orgánicos del proletariado, que realizan ese trabajo operando los aparatos de hegemonía de la sociedad; 9) esos intelectuales orgánicos del proletariado no son los miembros de la intelectualidad burguesa, porque toda clase social que busca hacerse hegemónica crea, en su desarrollo, capas orgánicas de intelectuales, de operarios “superestructurales” encargados de homogeneizar la clase y de elevarla a la conciencia de su propia función histórica (y se eso es válido para la burguesía, también lo es para el proletariado); 10) sin embargo el papel de los intelectuales orgánicos no es lo de introducir, a partir del cero, una forma de pensamiento en la vida de todo el mundo, sino la de de renovar y hacer “crítica” una actividad ya existente; 11) se trata de homogeneizar los elementos ideológicos emergentes de la lucha de clases, es decir, de educar y expurgar de contradicciones que le son extrañas a las formas espontáneas, no sistematizadas, de pensamiento y acción que están presentes en las masas; 12) es así que esa ideología se hace histórica y orgánica, es decir, puede transformarse en un poderoso movimiento cultural, en una“fe” que impulse las masas para la transformación histórica; 13) inmediatamente, la tarea de los “intelectuales orgánicos” es ocupar todos los aparatos ideológicos (educación, medios de comunicación, etc) para elaborar y difundir una nueva concepción del mundo (una ideología revolucionaria), estableciendo la hegemonía de esa concepción (2). Conclusión: ese proceso de homogeneización y hegemonización de la ideología revolucionaria corresponde a la sustitución de la antigua supremacía de las clases dominantes por la supremacía de la clase revolucionaria (comprendiendo la conquista del poder de Estado por parte del proletariado) como parte de la transición socialista para la sociedad comunista.
Se suele decir que, para las dos concepciones, el fin es el mismo, diferenciándose sólo en lo atinente a los medios que deberían ser empleados: mientras Lenin defendía una “vía oriental”, proponiendo abiertamente medios violentos (un movimiento abierto de confrontación al poder de las masas sublevadas, lideradas por el proletariado y comandadas por su partido), Gramsci abogaba una “vía occidental”, proponiendo medios pacíficos (la ocupación lenta y progresiva de los aparatos ideológicos, esto quiere decir, la conquista de posiciones, por parte de los intelectuales orgánicos del proletariado, comandados por su partido – el mismo organizado según un modelo militar –, en una superestrutura ideológica que posee autonomía relativa en relación a la estructura económica burguesa). Ocurre que ambas concepciones son violentas y ambas adoptan el paralelo militar en la política. En un escrito comparativa “Arte política y arte militar”, por ejemplo, Gramsci comenta: “el escritor militar italiano, General De Cristoforis, en su libro “Che cosa sia la guerra”, dice que, por “destrucción del ejército enemigo’ (objetivo estratégico) no se entiende la muerte de los soldados, sino la disolución de sus lazos como masa orgánica”. La fórmula es feliz y también puede ser empleada en la terminología política. Se trata de identificar cual es, en la vida política, el lazo orgánico esencial, que no puede consistir sólo en las relaciones jurídicas... pero se enraíza en las más profundas relaciones económicas, es decir, en la función social en el mundo de la producción...” (3). Una declaración más clara que esa a favor de una política ‘de bando’ no sería necesaria.
Pero hay aquí dos aspectos que deben ser enfatizados. En primer lugar, Gramsci no descartaba los medios violentos, sino que comprendía que, en las sociedades complejas del occidente, sería inútil intentar tomar por la fuerza el poder del Estado sin antes establecer la legitimidad de ese movimiento por medio de la conquista de la hegemonía de una cierta visión. En segundo lugar, es preciso percibir que la idea de guerra de posición, el más importante concepto estratégico de Gramsci (identificados a partir de la hegemonía: “en política, la guerra de posición es la hegemonía” – decía él) fue tomado a préstamo de la ciencia militar (sobre todo en lo que se refiere a la oposición entre guerra de movimiento y guerra de posición, fruto de la experiencia de la guerra del 1914-1918). Principalmente en los “Quaderni” (en las “Notas sobre Maquiavel, sobre la política y sobre el Estado moderno”), Gramsci establece una comparación entre (lucha) política y guerra (militar) de contenido (aparentemente) diferente de las relaciones sugeridas por la matriz Clausewitz-Lenin del pensamiento estratégico revolucionario. Él afirma que existe “un criterio general” por medio de lo cual “las comparaciones entre el arte militar y la política deben ser siempre establecidas cun grano salis, es decir, sólo como estímulos al pensamiento y como términos simplificadores ad absurdum” (4). Sin embargo, aún teniéndose en cuenta esa recomendación, no se puede negar la utilización del paralelo militar como uno de los factores que llevó Gramsci a basarse en la fórmula inversa de Clausewitz (‘la política como una continuación de la guerra por otros medios’). Como él mismo escribió – y tal juicio es definitivo – “cada lucha política [no presupone, no conduce, no implica, pero...] tiene siempre un sustrato militar” (5).La esencia de la idea de hegemonía es la de que la sociedad no tiene capacidad de autoconducirse, por medio de la política democrática, en torno a identidades de proyecto que puedan ser construidas endógenamente. Alguien siempre debe preparar, construir, homogeneizar y ocupar aparatos para introducir una visión, una “fe” (en el sentido de creencia), una ideología capaz de coaccionar y conducir las masas explotadas y oprimidas y encaminarlas hacia a su glorioso futuro (sobre lo cual ellas propias no pueden tener conciencia mientras no ocurra ese proceso de transfusión ideológica).
Pervertida por la idea de hegemonía (en su sentido “débil” – y más peligroso, por cuanto es capaz de sobrevivir en el interior de los regímenes democráticos formales), la democracia se convierte en un instrumento para la conquista del poder y la política pasa a ser una urdimbre, un artificio para la obtención de objetivos extrapolíticos; inclusive las alianzas – que constituyen la consecuencia esperada y el objetivo principal del proceso democrático de conversación y comprensión entre actores con proyectos diferentes – se transformarían en instrumentos para hacerse más fuerte y derrotar sus supuestos enemigos (descartando al final los propios aliados, cuando ya no se necesita de ellos), como veremos en el próximo capítulo.

Indicaciones para la lectura.

Para comprender el concepto de hegemonía en Lenin y en Gramsci sería necesario, en rigor, leer, por lo menos, ¿Qué hacer? de Lênin (1902) y los Cuadernos de la Cárcel de Gramsci (1947). Pero tal vez no valga la pena perder tiempo con ese tipo de cosa (6). De cualquier modo, quien no leyó nada de Gramsci puede ojear la vieja traducción brasileña de las notas sobre “Maquiavelo, la Política y el Estado Moderno” (Río de Janeiro: Civilización Brasileña, 1976) para tener una idea de la equivalencia establecida por su pensamiento entre lucha (política) y guerra (militar) (7).

Notas

(1) Cf. Lênin, V. I. (1902). ¿Qué hacer? (incontables ediciones).
(2) Cf. Gramsci, A. Maquiavelo, la Política y el Estado Moderno. Río de Janeiro: Civilización Brasileña, 1976.
(3) Ídem.
(4) Ídem-ídem.
(5) Ídem-ibidem. Analizando la guerra ruso-prusiana y la guerra polonesa de 1920, en que tuvo papel preponderante la guerra de posición, Gramsci afirma que “los propios técnicos militares que se fijaron definitivamente en la guerra de posición, como antes le prestaban atención a la guerra de maniobra, de modo alguno sostienen que el tipo precedente deba ser borrado de la ciencia; pero que, en las guerras entre los Estados más avanzados civil e industrialmente, debe reducir las funciones tácticas más que las estratégicas, debe ser considerado en la misma posición que la guerra de cerrojo en relación a la guerra de maniobra”. Ahora, infiere Gramsci (por analogía): “la misma reducción se debe verificar en la ciencia política, por lo menos en lo que se refiere a los Estados más avanzados, donde la sociedad ‘civil’ se transformó en una estructura muy compleja y resistente a las ‘irrupciones’ catastróficas del elemento económico inmediato (crisis, depresiones etc.): las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras en la guerra moderna”. Para Gramsci, si en el conflicto militar, “la guerra de posición no está determinada sólo por la lucha de trinchera, sino por todo el dispositivo organizativo e industrial que soporta el ejército combatiente...” (por el armamento moderno y operacional), “además de, por la abundancia de suministros, que permite la sustitución rápida del material perdido... y [de la] gran masa de hombres que participan del dispositivo...”, esto también es válido en la política. “De la misma forma que ocurría en la guerra, cuando un nutrido fuego de artillería parecía haber destruido todo el sistema defensivo del adversario, pero, en la realidad, sólo lo hubiere alcanzado en su superficie externa, y, en el momento del ataque, los asaltantes se hacían fuerte con una línea defensiva aún eficiente, así ocurre en la política durante las grandes crisis económicas; ni las tropas atacantes, en virtud de la crisis, se organizan tan rápidamente en el tiempo y en el espacio, ni mucho menos adquieren un espíritu agresivo; recíprocamente, los atacados no se desmoralizan, ni abandonan las defensas, aún entre ruinas, ni pierden la confianza en su fuerza y en su futuro” (cf. Gramsci, A. Maquiavelo, la Política y el Estado Moderno. Río de Janeiro: Civilización Brasileña, 1976).
(6) Hace poco menos de 20 años escribí un pequeño artículo sobre el tema, intitulado “La teoría gramsciana de la revolución” (publicado en la revista “Teoría & Política” nº 13; São Paulo: Brasil Debates, febrero de 1990), de donde fueron sacados los resúmenes de mas arriba.
(7) Sobre eso también escribí un artículo más extenso, titulado “El paralelo militar en la política”, publicado en la misma revista “Teoría & Política” nº 15. São Paulo: Brasil Debates, diciembre de 1990, que – este sí – valdría la pena leer (si fuera posible encontrarlo).

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