lunes, 2 de junio de 2008

Capítulo U | Política

... que no se puede democratizar una sociedad sin democratizar la política y que sólo se puede alcanzar la democracia practicando democracia (no es posible tomar un atajo autocrático en una sociedad democrática);
"Los medios que la democracia se esfuerza en articular son aquellos propios de la actividad voluntaria, en total ausencia de coerción; se trata de obtener asentimientos y consensos sin imponer violencia alguna".(John Dewey, 1937)
Debería ser obvio que no se puede democratizar una sociedad sin democratizar la política. De lo contrario, cabría a alguien democratizar la sociedad para y por la sociedad, lo que niega el objetivo de democratización de la sociedad. La democracia, aún cuando queramos enfatizar su contenido social, es política. Democratización presupone ejercicio democrático, participación democrática y, así pues, constitución de sujetos democráticos, lo que sólo es posible en el interior mismo de un proceso democrático.
También debería ser obvio que sólo se puede alcanzar la democracia practicando democracia. No es posible tomar un atajo autocrático para una sociedad democrática. La democracia es, simultáneamente, medio y fin, constituyéndose, por lo tanto, como alternativa de presente y no sólo como modelo utópico de una futura sociedad ideal. Así, no se puede llegar la una sociedad democrática a no ser por medio del ejercicio de la democracia.
Tales afirmaciones son un reconocimiento tardío a John Dewey. Como él escribió, en su artículo “La democracia es radical” (1937): “La democracia no solamente encarna fines que hasta los dictadores reivindican hoy como propios, fines como la seguridad de los individuos y la oportunidad para que desarrollen sus respectivas personalidades. La democracia significa, antes de cualquier cosa, defender los medios necesarios para que tales fines puedan ser llevados a término. Los medios que la democracia se esfuerza por articular son aquellos propios de la actividad voluntaria en total ausencia de coerción; se trata de obtener asentimientos y consensos sin imponer violencia alguna. Es la fuerza de la organización inteligente versus la fuerza de la organización impuesta de afuera para dentro y de encima para bajo. El principio fundamental de la democracia consiste en que los fines de la libertad y de la autonomía para todo individuo solamente pueden ser alcanzados empleándose medios coincidentes con esos fines” (1).
Dewey debería ser leído y releído todos los días por los demócratas hoy enfrentados a renovadas tentativas de usar la democracia (como fin) contra la democracia (como medio). Lo que espanta es la claridad de ese señor de casi 80 años – y hace 70 años – ante una cuestión que se arrastra sin solución teórica ni práctica hasta el día de hoy. ¿Por qué John Dewey pudo tener semejante claridad?
Por dos razones, por lo menos: en primer lugar porque él estaba realmente convertido que la democracia como idea (o sea, la democracia en el sentido “fuerte” del concepto) y, en segundo lugar, porque él vivía un momento histórico en que la democracia estaba siendo usada instrumentalmente para legitimar la autocracia (tanto a la derecha, con el nacional-socialismo alemán, cuanto la izquierda, con el bolchevismo de la III Internacional aún en expansión). Eso refuerza el concepto “fuerte” de democracia del que partimos aquí, que establece que sólo se puede conceptuar – y, por lo tanto, concebir la democracia – anterior a la autocracia.
Todo indica que vivimos hoy un momento semejante. No estamos en la inminencia de una guerra generalizada (como estaba Dewey en 1937, en la ante-sala de la segunda gran guerra mundial) y no existen amenazas totalitarias globales semejantes al nazismo y al comunismo. Sin embargo, la perversión de la política promovida por los diversos populismos (remanentes o reflorescentes, sobre todo en América Latina) constituye una amenaza serísima para la democracia que sólo puede ser plenamente percibida por quien está convencido – como estaba Dewey – de la necesidad de la radicalización de la democracia. Infelizmente tanto los liberales cuanto los socialdemocratas de hoy no están convencidos de eso. Creen que basta posicionarse (y encima tímidamente) en la defensa de las reglas formales del sistema representativo, con sus instituciones y procedimientos limitados al voto secreto, a las elecciones periódicas, a la alternancia de poder, a los derechos civiles y a la libertad de organización política, finalmente, al llamado Estado de derecho y al imperio de la ley. Parodiando Tayllerand, parecen no haber olvidado nada y tampoco haber aprendido nada en el siglo pasado. Pero mientras ellos dormitan, va avanzando el uso de la democracia contra la democracia con el fin de mantener en el poder, por largo plazo, grupos privados que proclaman el ideal democrático como cobertura para enfriar el proceso de democratización de las sociedades que parasitan, como veremos en el próximo capítulo.

Indicación de lectura

Es necesario leer el artículo de John Dewey, “La democracia es radical”, publicado originalmente en Common Sense 6 (enero de 1937) y constante de la colección The Essential Dewey: Vol. 1 – Pragmatism, Education, Democracy (existe edición en español: in Liberalismo y Acción Social y otros ensayos. Valencia: Alfons El Magnànim, 1996).

Nota

(1) Cf. Dewey, John (1937). “Democracy is Radical” in The Essential Dewey: Vol. 1 – Pragmatism, Education, Democracy. Indianapolis: Indiana University Press, 1998.

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