... que la “utopía” de la democracia es la política – una topia – y no el contrario (o sea, que no se debe usar la política con objetivos extrapolíticos, como llevar las “masas” hacia algún destino del futuro; y que, en verdad, no se quiere nada con la política a no ser que los seres humanos puedan, aquí y ahora, vivir en libertad, como seres políticos, participantes de la comunidad política).
La democracia no es el puerto, el punto de llegada, pero sí el modo de andar.
Quien necesita de utopía es la autocracia, no la democracia. Las utopías igualitarias y totalitarias quieren – todas ellas – reformar al hombre porque hallan (como venimos en el capítulo anterior) que el ser humano vino con una especie de defecto “de fábrica” que debe ser reparado por el Estado para que sea posible que habitemos la ciudad ideal. La democracia, que no necesita de utopía, no quiere hacer nada de eso: quiere, sólo, que el ser humano pueda – aquí y ahora – vivir en libertad, como un ser político, como un participante de la comunidad política.
Sí, no se trata de conducir a “las masas” a un lugar que no-existe (u-topus). Esa es una preocupación de candidatos a conductores de rebaños, no de demócratas. Toda conducción de rebaños es un movimiento autocrático. Todo arrebañamiento, toda dilución de individualidad por su inmersión en una masa disforme y indiferenciada califica para la autocracia, no para la democracia. En la democracia (en el sentido “fuerte” del concepto), se trata, sí, de llevar las personas hacia la política: pero una-a-una.
La democratización es un movimiento en dirección a la política en el sentido que los griegos le atribuyeron al concepto. En ese sentido, el objetivo de la democracia es la política, la creación de aquello que los griegos denominaron de polís, cosa que, incorrectamente, fue tomada como sinónimo de Ciudad-Estado. Pero, como hemos visto, lo que es propio de la polís, lo que la caracteriza y distingue de los otros Estados antiguos, es el hecho de ser una comunidad (koinomia) política.
Toda política que no se hace ex parte principis desde su concepción, es el resultado de la democracia-en-realización, y no un instrumento para obtener cualquier cosa. Para la democracia (en el sentido “fuerte” del concepto), ese fin significa también un medio: una política cada vez más democratizada; es en ese sentido que se puede hablar que la radicalización de la democracia pasa por la democratización de lo que hoy se llama de política.
No se quiere obtener nada con la política, a no ser – vale la pena repetir – que los seres humanos que vivan como seres políticos, es decir, que convivan entre iguales (isonomia) en una red pactada por diálogos en que la libre opinión manifiesta (isegoria) que es equitativamente valorada como principio (isologia). Ahora, esa es la definición de democracia compatible con el sentido de la política como libertad. Si la democracia pudiera ser definida así, entonces sería sólo un sinónimo de política.
La finalidad de la democracia es la libertad, o sea, la política; no la igualdad. La igualdad es la condición sin la cual no se puede ejercer la política, es decir decir, la libertad. Si los esclavos, los extranjeros y las mujeres de Atenas participaran del ágora, no podría haber democracia en Grecia – al menos que dejaran de ser lo que eran, o sea, pasaran a ser (iguales a los) ciudadanos. Pero sólo entonces ellos serían libres en el sentido político.
Eso significa que, si existiera cualquier cosa como una liberación de los excluidos de la ciudadanía, esa liberación debería llevar a una inclusión en la ciudadanía política para que se transforme en libertad política. Pues, la libertad política no es más que el ejercicio de la vida política.
Así, quien hace política instrumentalmente para obtener algo extrapolítico, no hace, en la verdad, política. La política no es un instrumento, es un modo de efectivizar la libertad, actualizarla en lo cotidiano de la red de conversaciones que teje el espacio público, siéndose, simplemente, un ser político.
¿Para qué, finalmente, sirviría la democracia si no fuera para mejorar la vida de los seres humanos, incluir los excluidos, finalmente, posibilitar un mayor desarrollo humano, social y sustentable? Es lo que generalmente las personas preguntan (y se preguntan). Sin embargo, si bien guarde profundas relaciones con tales objetivos (como veremos en el Epílogo de este libro), la democracia no puede ser usada como instrumento para los alcanzar en la medida en que ella ya forma parte de esos objetivos, está co-implicada en su realización. La democracia tiene una “utopía” que es una no-utopía por cuanto no es finalística, no es Shangrilah, Eldorado o la Ciudad del Sol, pero la estrella polar de los navegantes que puede ser vista por cualquiera, independientemente del poder que acaparó o del conocimiento que acumuló, desde cualquier lugar en medio del camino. Y que no es para sea alcanzada en el futuro. Y, pese a eso es que no admite que alguien – en virtud de su fuerza o de su sabiduría – nos haga seguir un mapa (su mapa) para alcanzarla.
¿Por qué? Porque la democracia no es el puerto, el punto de llegada (en el futuro), pero sí el modo de caminar (en el presente). Así, la “utopía” de la democracia es una topia: la política. Es vivir en libertad como un ser político: cada cual como un participante – único, diferenciado, totalmente personalizado – de la comunidad política.
Indicaciones de lectura
Nuevamente se recomiendan los textos – publicados póstumamente – de Hannah Arendt (c. 1950-59) incluidos en la colección ¿Que es política? (Frags. de las “Obras Póstumas” (1992), compilados por Ursula Ludz).
Es bueno leer también los estudios clásicos sobre la democracia griega, ya indicados, de Jones: Athenian Democracy (1957); de Walter Agard: What Democracy Meant to the Greeks (1965) y la traducción para el inglés del libro de Morgens Herman Hansen: The Athenian Democracy in the Actúa of Demosthenes: Structure, Principles, and Ideology (1991).
No hay comentarios:
Publicar un comentario