lunes, 2 de junio de 2008

Capítulo P | Vencedor

... que no es correcto – ni deseable – que el vencedor se lleve todo (y que es posible establecer condiciones ganador-ganador, en donde todos ganen);

La mentalidad autocrática abomina la idea del consenso.

La constatación democrática no puede ser una lucha de la cual resulten vencedores (que se quedan con todo) y vencidos (de los cuáles se retira todo). No existe un factor intrapolítico que determine que la regulación política deba ser competitivo-excluyente, o sea, que consagre como legítimas propuestas o representantes que obtuvieren la mayoría de las preferencias y condene como ilegítimos los que resulten en minoría. Es realmente difícil de justificar, si no imposible de explicar, por qué alguien (o alguna propuesta) que obtuvo, por ejemplo, un 50,1% de los votos, sea considerado más legítimo que otro representante (u otra propuesta) que alcanzó “sólo” un 49,9% de los votos. ¿Por qué deberían sentirse representados por un gobernante electo y ganador, que obtuvo 5 millones de votos más uno, que los electores del candidato que alcanzó 4.999.999 votos? Como se puede comprender tal desvirtuación u ocultamiento de esa voluntad colectiva?
Parece obvio que, para una mente sana, nadie puede acordar con eso: simplemente se acepta la regla por cuanto se acepta, antes, la meta-regla de que debe haber reglas, basada esta última, por su parte, en un prejuicio ideológico de que las cosas no podrían funcionar de otra manera, o sea, no sin reglas pero siempre sin (“aquella”) determinada regla. Por lo tanto, la constatación política se equipara a una competición, en la acepción deportiva del término, o sea, en aquel triste sentido que George Orwell señalaba para el deporte competitivo, como una “guerra sin muertes”. Gloria y memoria eterna para el que llegue primero en la carrera, aunque por un millonésimo de segundo; olvido colectivo y algunas veces oprobio, para el segundo colocado.
Ahora, la idea de que el vencedor no puede llevarse todo, radicaliza la democracia por cuanto la hace retomar su principio fundante: el mantenimiento de la convivencia entre los participantes. ¿Por qué alguien no puede tener un porcentaje de la victoria, por qué una propuesta no puede representar un porcentaje de la razón? (1)
Objetar eso sería, que de ese modo la regulación democrática sería impracticable, pero la alegación no parece ser correcta: siempre es posible – en el sentido de soltarle la mano, no a todas las reglas, pero sí a una regla determinada, por ejemplo, a la de la conducción unipersonal a cambio de instancias colegiadas de coordinación – hacer composiciones proporcionales. Un plácet de candidatos que, por ejemplo, obtuvo un 60% de los votos para un colectivo compuesto de diez personas, colocará en esa instancia 6 personas, mientras que la otra plácet, que alcanzó un 40% de los votos, tendrá aseguradas 4 plazas (y eso es hasta admitido por los autocratas, siempre dentro de su “campo”, pero jamás en la confrontación en “el campo” de los enemigos). De la misma forma, siempre se puede intentar aglutinar propuestas que obtuvieran cantidades diferentes de votos o, cuando eso no fuera posible, siempre se puede avanzar hacia una nueva propuesta que sustituya las propuestas anteriormente conflictuantes, si se utilizan métodos de construcción progresiva de consensos.
Para la democracia, cuando se forma un consenso, todos ganan. El propio consenso (independientemente de su contenido sustantivo) ya es la victoria de la política democrática. Cuando no se forma un consenso, alguien siempre tiene que perder para que otro pueda ganar. Pero para la mentalidad autocrática, cuando se forma un consenso todos pierden: porque dejaron de vencer, de derrotar el otro, de disminuir la fuerza del adversario, de neutralizar o exterminar el enemigo.
Ocurre que – intoxicada por la ideología de que existe un bando correcto (el suyo) y que soltar la mano a eso es capitular frente al enemigo – la mentalidad autocrática abomina la idea de consenso (a no ser cuando se trata de usar el consenso para aumentar la fuerza de su lado en el enfrentamiento con el campo enemigo), queriendo provocar inmediatamente la disputa, para “batir posiciones”, para “levantar blasones”, finalmente, para votar, como veremos en el próximo capítulo.

Indicaciones de lectura

Sería interesante leer tres textos que no constituyen propiamente estudios de teoría política, pero que intentan desgranar la lógica competitivo-adversarial de aquella política que le tiene horror al consenso: “El Poder Correcto”, capítulo 7 del libro La Conspiración Acuariana de Marilyn Ferguson (1980); “La Democracia el Siglo XXI”, del libro La Tercera Onda de Alvin Toffler (1980); y El “perfeccionamiento de las herramientas democráticas”, capítulo 11 del libro Construyendo un mundo donde todos ganen (“Building la Win-Win World”), de Hazel Henderson (1996).

Nota

(1) Como dijo Tenzin Giatzo, el XIV Dalai Lama, en una conversación personal con un público reunido para escucharlo en la Universidad de Brasilia en 1999.

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