lunes, 2 de junio de 2008

Capítulo T | Desobediencia

... que – asegurado el cumplimiento de las leyes – la desobediencia política es legítima;

Orden, jerarquía, disciplina, obediencia, vigilancia (o patrulla) y castigo; y fidelidad impuesta top down, son virtudes de los sistemas autocráticos.

Relaciones jerárquicas, relaciones de subordinación, que exigen obediencia, se basan en la negación del otro. Con excepción de las leyes democráticamente aprobadas, la democracia no puede aceptar que nadie haga algo que no quiere o deje de hacer algo que quiere por causa de sanción o amenaza de sanción proveniente de alguna instancia jerárquica. Por lo tanto, respetado el pacto de convivencia, es legítima la desobediencia política y nadie es obligado a acatar una decisión con la cual no concuerde o aún acordando no quiera acatar, por miedo de sanción, aunque tal decisión haya sido tomada por la mayoría. La obediencia nada tiene a ver con colaboración, que presupone adhesión voluntaria, sea por acuerdo, sea por el resultado de convencimiento o por libre asentimiento.
Así, en colectivos políticos de adhesión voluntaria, ningún tipo de disciplina debe ser impuesta y ningún tipo de obediencia debe ser exigida de los participantes, al margen de aquellas reglas a las que voluntariamente se adhirieron. Ningún tipo de sanción puede ser impuesta a los participantes, ni aún en virtud de la desobediencia de las reglas la que voluntariamente se adhirieron. Todos tienen el derecho de no acatar decisiones. Orden, jerarquía, disciplina, obediencia, vigilancia (o patrulla) ni punición; tampoco fidelidad impuesta top down, estas son virtudes de sistemas autocráticos. Nada de eso tiene que ver con la democracia. Mientras más autocrática sea una organización, más insistirá en la exaltación de tales “virtudes”. Las razones de esto son tan claras que dispensarían comentarios. Todas las organizaciones no-estatales y no basadas en contratos (de trabajo o de prestación de servicios) son (o deberían ser) constituidas por adhesión voluntaria. En organizaciones voluntarias, obedece quienes está de acuerdo. Querer exigir disciplina y obediencia en las relaciones sociales (stricto sensu) es un absurdo. Imponer sanciones para quienes no obedece es violencia y, como tal, un comportamiento antidemocrático.
Organizaciones que pretendan llegar a (o practicar) una democracia (en el sentido “fuerte” del concepto), no pueden organizarse autocraticamente para alcanzar estos fines. No existe un camino hacia la democracia a no ser la democratización continua de las relaciones; o, parafraseando Mohandas Ghandi, no existe camino a la democracia: la democracia es el camino, como veremos en el prójimo y en los últimos capítulos.

Indicaciones de lectura

Es siempre bueno leer aquel estimulante librito de David Henry Thoreau: La desobediencia civil (1849). Y, enseguida, leer el ensayo de Hannah Arendt: “Desobediencia civil” in Crisis de la República (1969).
Sobre obediencia (y desobediencia), es vital leer la obra de Humberto Maturana, en especial los textos, ya indicados aquí: “Lenguaje, emociones y ética en el quehacer político” (1988); El sentido de lo humano (1991); Amor y Juego: fundamentos olvidados de lo humano – desde el Patriarcado la Democracia (con Gerda Verden-Zöller) (1993); y La democracia es una obra de arte (s./d.).

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